viernes. 19.04.2024

Javier A. Salvador, @jsalvadortp

De todo lo dicho en el parlamento catalán en las últimas horas hay una definición que lo dice todo y que refleja lo que desde ambas partes se ha producido no a lo largo de los últimos días o semanas, sino desde el momento en el que los grupos separatistas intentaron convertir unas elecciones autonómicas de Cataluña en un simulacro de referéndum plebiscitario independentista, mientras desde el Gobierno del Estado se mostraba todo un alarde de soberbia no haciendo el mas mínimo caso a ese aumento de temperatura en el ecosistema político. Eso fue para los demócratas convencidos una agresión sin precedentes.

Es lamentable que con la pasta que nos cuestan a todos los españoles cámaras legislativas como el Senado o el Parlament de Cataluya, el barrido de un sencillo operador de televisión por cualquier de estos hemiciclos trasmita mucho más que una imagen del ejercicio democrático, para trasladarnos por las ondas todo un virus de odio, rechazo y provocación constante entre unos y otros. Esa sí que es una agresión sin precedentes.

Se aplique o no el artículo 155 de la Constitución Española la actual situación es la constatación de que nuestro modelo político hace aguas. Que aquellos que representan al conjunto del Estado no hayan sido capaces en todo este tiempo de buscar una solución, una salida, una alternativa que provocase el asentimiento de la mayoría, es el mayor fiasco al que se enfrenta la democracia a la que daba pie esa constitución. Y si con todo su articulado no se ha sido capaz de construir un clima de entendimiento está claro que no está lo suficientemente pulida como para afrontar los retos de una sociedad que en poco más de cuarenta años ha vivido una revolución de derechos y libertades,  de configuración territorial y hasta tecnológica, y el hecho de que haya llegado hasta aquí ya es un logro, pero es difícil hacer entender que justo en el momento que no ha funcionado o no ha sido suficiente, es el instante en el que se convierte en un documento blindado, en un arma con el que callar o aplastar al resto.

Yo, por mi edad, no voté la Constitución Española. Al igual que el 98% de los españoles no la he leído, sólo aquellos artículos que he debido consultar a lo largo de mi carrera profesional. Estoy convencido de que mis padres y todos aquellos que la votaron lo hicieron a ciegas, siendo conscientes únicamente de que era el fin de la dictadura, el regreso de las libertades o su descubrimiento para la mayoría, el inicio de un nuevo ciclo, el adiós al miedo pasado y una bienvenida con no menos miedo a un futuro que pasaba por algo que se llamaba Constitución y que, sencillamente, no podía ser peor que lo vivido anteriormente.

Esta ya no es una crisis entre Cataluña y España. Es un problema de todos, porque el mero hecho de que no podamos tener un marco regulatorio que nos permita atender sensibilidades antes de llegar a la crispación y los extremos, que no cuente con las fórmulas suficientes para desmontar los populismos desde el diálogo y que sencillamente los convierta en algo absurdo para la inmensa mayoría, hasta ese momento tenemos que seguir pensando que podremos aplicar el 155, su rima, y dar brincos de alegría por haber derrotado a un supuesto enemigo, pero estaremos perdiendo identidad como nación en vez de ayudar a construirla.

Agresión sin precedentes
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