viernes. 29.03.2024

Javier Salvador, teleprensa.es

Un sujeto equis, usted o yo mismo, promete a sus hijos un teléfono móvil si sus notas de fin de curso son entre buenas y excelentes. Los chavales cumplen y toca rascarse el bolsillo, y como se trata de teléfonos para niños pues tiras hacia algo barato y un contrato de prepago para evitar sustos a final de mes ¿dónde lo compras? Pues el tonto del sujeto va y los adquiere en un puesto de Movistar en Carrefour, por eso de que aprovechas y haces unas compras.

Palmas los cincuenta eurazos por teléfono, porque lo de teléfono gratis es un chiste de mal gusto, pero cumples y listo. Pasa un mes, pasan dos y uno de ellos se rompe. Deja de funcionar y el sujeto mira a su hijo con cara de ¡he ganado, te quedaste sin móvil! Pero no, miras y realmente te das cuenta de que no ha sido una imprudencia, golpe o mal uso, sólo que el aparato, un Samsung, ha salido malo como la madre que lo parió y no te queda más remedio que reconocer lo evidente, es decir, que el chaval no tiene la culpa y hay que cambiarlo.

Pero ¡madre mía! Aquí empieza el problema. Vas al mismo tipo que te lo vendió, te mira con expresión de esas que transmiten algo así como un sentimiento de pena, como ese que se dirige al pobre infeliz que se ha perdido en un laberinto sin salida, y directamente te dice que ellos, en Carrefour, no pueden hacer nada. Le enseñas el justificante de compra, el contrato, la caja en buen estado y las uñas limpias y aseadas para que vea que te has acicalado antes de ir al centro comercial, pero nada, te dicen que tienes que ir a una tienda de Telefónica e intentarlo allí. Pero no se hagan ilusiones, lo primero que te dicen es que allí de Carrefour no quieren saber nada.

Para cumplir con ese paso primero tienes que conseguir una factura oficial. Esto quiere decir que tienes que ir al mostrador central y pelearte con la señora que devuelve la cuña de queso, el que lleva las cervezas que le han sobrado del fin de semana, el albañil que ha terminado la chapucilla y devuelve el martillo percutor, el taladro y siete herramientas más. Es decir, una hora y quince minutos o lo que es igual, treinta y dos turnos de espera.

Pero finalmente te atienden, le explicas lo sucedido y a los pocos minutos te llegan con dos papeles, uno es la factura y otro un “firme aquí”. El primer instinto es el de firmar, crees que es un justificante de la recepción de la factura, pero nada de eso. Te pones a leer y resulta que sin pedirte permiso han metido todos tus datos en un fichero para acribillarte a publicidad. El sujeto le dice que no, que él no ha autorizado nada y el problema viene cuando la chica no tiene acceso a borrar los datos, sí a introducirlos sin tu permiso, pero no para borrarlos. Al final no sabes si estás o no en el fichero de los huevos, pero el problema es el móvil.

Trincas la factura, vas a una tienda de Movistar, que mira por donde hay una en la galería comercial de Carrefour. Preguntas si es de telefónica pura y dura y la chica te dice que sí, que de pura cepa, y tanto, porque cuando le cuentas el problema te dice que no puede hacer nada, es decir, marca de la casa. Resulta que tienen órdenes de no aceptar nada de Carrefour. Las altas en líneas sí, pero los problemas o líos no.

Vuelves al mostrador central y esta vez ya no esperas, le dices a la chica lo que sucede, se queda con cara de ajo y su única salida es que pruebes en otra tienda: “ve a la que hay junto a Correos,- estamos en Almería-, que allí sí los aceptan”. Como la víctima sabe que es un quiebro para quitarte del mostrador pide una hoja de reclamaciones y claro, te dan una o diecisiete porque saben que no vale para nada. El sujeto deja la queja y se marcha, prueba en la tienda de telefónica que le han indicado y le dicen lo mismo, que de Carrefour no aceptan nada, que es su problema. Pero no, el problema es del sujeto que tiene al niño dando la paliza con que lleva una semana sin móvil, lo que por otro lado te da igual, pero con doce años se puede ser muy coñazo.

Solución al problema. Por una parte el sujeto decide que antes de volver a comprar una barra de pan en Carrefour se la hace él mismo aunque tenga que amasar la puñetera baguette con el sobaco. Por otra, da vía libre a sus hijos para gastar el saldo que les quede, que se cambien de compañía, y la tercera jugada es investigar qué sucede con las reclamaciones, porque si ese servicio en verdad no vale para nada es una pasta que podríamos ahorrarnos y utilizarla, aunque sea igual de inútil, en incrementar el fondo de los 420 euros para desempleados de larga duración.

También hay una cuarta acción protesta, que es escribir lo sucedido y darle salida en toda red social a la que esté suscrito, porque o se les da aire a estas cosas o nos toman el pelo como a tontos tanto Carrefour, Telefónica, como el servicio de Consumo de la Junta de Andalucía.

Cómprate un móvil en Carrefour